Tras un ejercicio en 2018 para olvidar, los mercados financieros y los inversores afrontan el año 2019 con muchas más incertidumbres de lo que es habitual. Veamos brevemente qué ha sucedido y qué posicionamiento puede adaptarse mejor a lo que se avecina.
2018: llamativamente negativo.
Lo peor de 2018 ha sido la elevada correlación en el comportamiento de la práctica totalidad de los tipos de activo: todo ha caído. Por ello, la diversificación no ha podido cumplir una de sus misiones clave: reducir el riesgo compensando el comportamiento de los activos entre sí. El monetario en euros ha continuado en terreno negativo y no ha permitido asegurar una rentabilidad mínima. Para culminar el cóctel de malos datos para la inversión, un progresivo aumento del riesgo político (Italia, Brexit, tensiones comerciales, etc.) ha llevado la volatilidad a casi doblar con respecto a principios de año. Tan solo las inversiones en economía real (capital privado) han avanzado bien apoyadas en un entorno de crecimiento económico que, aunque más tenue, esperamos que se mantenga el año próximo.
2019: el miedo a la recesión
Creo que no vamos hacia un escenario de recesión en 2019, pero la profundidad de la ralentización de la economía global es una incógnita pues depende especialmente de la confianza (empresarial, del consumidor, de los inversores) que está muy ligada al riesgo político y, como contaba en este blog hace unos meses, parece que nuestros políticos no invierten en Bolsa. La política monetaria de la Reserva Federal está llevando a los mercados de acciones a anticipar un fuerte parón del crecimiento y creo que están sobrerreaccionando.
Mi visión es que a poco que los riesgos geopolíticos se atemperen, en 2019 podemos tener un marco más propicio para la inversión financiera, especialmente para la renta fija en euros de nueva adquisición por la potencial subida progresiva de los tipos del euro. Ello, sumado a una normalización de las cotizaciones de la renta variable europea (alineación de precios con crecimiento de beneficios), debería conducirnos hacia una recuperación progresiva de las pérdidas ligadas a Bolsa sufridas en el presente ejercicio.
El escenario temido
El escenario alternativo, al que le asigno menor probabilidad pero que la tiene, sería muy negativo y se apoyaría en una fuerte pérdida de la confianza empresarial que podría traer una caída del empleo y, con él, del consumo. El miedo a la recesión llevaría a empresarios y consumidores a aplazar la toma de decisiones y se pondría de nuevo a prueba la capacidad de reacción y los instrumentos de intervención de los Bancos Centrales, así como la verdadera solvencia del sistema financiero. En Estados Unidos sería viable un cambio en la política monetaria al llevar ya la Reserva Federal tres años subiendo los tipos de interés. Sin embargo, en Europa la situación sería muy distinta y, sin duda, enormemente complicada con un riesgo de entrada en recesión más elevado que en EEUU donde la ralentización de la economía sería más limitada. El panorama bursátil en el entorno descrito sería desolador y los ganadores serían los bonos, sobre todo los americanos.
Una cartera adecuada con riesgo moderado para el entorno descrito
Vistas las incertidumbres, los activos financieros preferidos para 2019 son aquéllos que estén poco ligados a los posibles desplazamientos al alza de la curva de tipos de interés del Euro, ahora bajo mínimos, pues ello podría llevarle a pérdidas en valoración en fondos teóricamente seguros. Por ello nos centraríamos en:
- Liquidez: 20% de la cartera, al 0%, es el coste de la seguridad.
• 20% en fondos de bonos flotantes a corto plazo que se incorporan bien a las subidas de tipos en caso de producirse éstas. - 10% en fondos ligados a préstamos privados y titulizaciones también con cupones indexados a la evolución de los tipos de interés.
• 20% en fondos de gestión alternativa de diferentes orientaciones de gestión que hayan navegado con acierto en la marejada que esta categoría de activo ha padecido en 2018.
• 10% en renta variable europea y global en fondos con visión de plazo bien diversificados y con carteras formadas por valores con elevado potencial de revalorización. - 10% de la cartera en fondos de renta fija americana de plazos largos (efecto cobertura si recesión).
- 10% de la cartera en ETFs sobre oro (efecto cobertura si recesión).
En función de la aversión al riesgo de cada inversor, los pesos citados variarían.
Asesórense bien y sean prudentes.