Cuando a principio de año se publicaban las previsiones para los mercados financieros en 2017, la mayor parte de analistas, incluido un servidor, considerábamos el riesgo geopolítico como una de las mayores amenazas para la estabilidad financiera y el crecimiento de las economías. Cuando estamos cerca de alcanzar la mitad del ejercicio, algunos de los principales escollos se han superado, al menos aparentemente, de manera favorable o como mínimo ordenada y entre ellos: el comienzo del mandato de Trump, las elecciones presidenciales en Holanda y Francia, la activación del artículo 50 del Tratado de Lisboa por parte del Reino Unido y el referéndum de Turquía. En septiembre comprobaremos si se confirma lo que es más probable y positivo para los mercados con la renovación del mandato de Merkel en Alemania (sería el cuarto). Sin embargo, hay dos elementos de difícil análisis cuyas consecuencias son altamente inciertas: la generalización e intensificación de los ataques de islamistas radicales en Europa y, en nuestro ámbito doméstico, la deriva política del movimiento nacionalista catalán.
La amenaza del islamismo radical
No estamos ante un fenómeno que pueda dañar per se los fundamentos de la economía. En el terreno económico, el principal riesgo que comporta el terrorismo islamista es el de fomentar la desunión entre los países occidentales. Tenemos un reciente ejemplo de ello en la reacción por parte de la primera ministra del Reino Unido Theresa May de dejar de compartir con Estados Unidos información sobre el atentado de Manchester por las filtraciones de los servicios de inteligencia estadounidenses. El desencuentro se trasladó a la reunión de la OTAN en Bruselas y mostró la fragilidad de la cohesión política en Occidente cuando hay que enfrentarse a sucesos ligados al terrorismo y a la inmigración.
Uno de los propósitos esenciales del terrorismo islamista es, insisto, promover la desunión entre los países atacados (toda Europa y EEUU) con el fin de lograr su objetivo final que no es otro que la destrucción de la sociedad y cultura occidentales. Iremos por muy mal camino si nuestros políticos no son conscientes de ello y basan su postura en el peligroso buenismo y exceso de corrección política ante un fenómeno que va más allá de razas y religiones.
Es ahí, en la debilidad y falta de cohesión entre los países, donde está el riesgo que podría minar el crecimiento económico, hacer quebrar la confianza de empresarios y consumidores, y llevar a los mercados de renta variable a romper la fase alcista en la que se encuentran. Hasta ahora, las bolsas han estado anestesiadas tras los recientes atentados de origen islamista en Francia, Bélgica y Reino Unido. A pesar de ello, considero que estamos ante una de las principales fuentes de riesgo que debemos seguir más de cerca antes de tomar decisiones de inversión.
Cataluña y el riesgo España
La intensificación del conflicto soberanista en Cataluña obliga a medir sus posibles consecuencias para la economía nacional. Es evidente que el desafío nacionalista en esa zona de España ha ocasionado una enorme reducción de la riqueza de los propios catalanes. De hecho, en caso de no haberse producido las transferencias de dinero del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA), hace varios años que las cuentas públicas catalanas no habrían podido soportar la tensión financiera y la Comunidad Autónoma habría dejado de atender sus deudas, desde los intereses del saldo vivo de bonos patrióticos (Cataluña es la comunidad con más deuda emitida de España) hasta los salarios de los funcionarios.
Ahora, con la posible activación del mecanismo para impulsar la secesión de Cataluña del resto de España, muchos inversores, sobre todo en el ámbito internacional, se preguntan cómo podría esto afectar a la economía de nuestro país y, en consecuencia, a la capacidad de repago de la deuda del Reino de España.
¿Qué harían los mercados en caso de secesión?
Si Cataluña emprendiera realmente un proceso de separación de España, los mercados empezarían a descontar su salida de la Unión Europea, la pérdida del Euro como divisa, la falta de supervisión bancaria por parte del BCE y la pérdida de los fondos estructurales europeos y de la financiación del BEI, por citar algunos efectos inmediatos e inevitables. Es decir, se profundizaría en el empobrecimiento de la zona. La gran duda radica en la reacción del Gobierno central español, no sólo en lo político, sino en lo puramente económico: mantenimiento o no de las transferencias a la autonomía catalana.
Este escenario descrito en el párrafo anterior no está todavía siendo asumido por los mercados. Si éstos comenzaran a contemplarlo, el primer damnificado de tal situación sería la prima de riesgo del bono español que, por ahora, no ha experimentado variación alguna motivada por el riesgo secesionista catalán. De manera simultánea al repunte de nuestra prima de riesgo con el consiguiente incremento del coste de nuestra financiación (no sólo la del Estado, también la de empresas y particulares), la bolsa española caería con fuerza lastrada por el peso del sector bancario que sería especialmente castigado por los inversores (¡lo que le faltaba al Banco Popular!).
La política no es clave en finanzas pero ante grandes conflictos sí puede ser determinante
He escrito ya en este blog que los políticos no son tan importantes como ellos creen para los mercados financieros, pues sus decisiones, por lo general, influyen en las tendencias de una economía a medio o largo plazo. Sin embargo, en los riesgos tratados en esta columna, terrorismo islamista radical y secesión de Cataluña, la postura que nuestros dirigentes adopten en cuanto a contundencia y claridad para afrontarlos, es trascendental para definir el mensaje que se transmita a los mercados y a sus intervinientes. No olvidemos que cuando un fondo de inversión asiático vende o reduce sus posiciones en un país como España, sean bonos o acciones, no lo hace tras realizar un sesudo análisis del “España nos roba”. Simplemente ve riesgo y vende.