Cuando Jerome Powell asumió la presidencia de la Reserva Federal en febrero de 2018 tenía clara cual debía ser la estrategia de la máxima responsabilidad monetaria del país. Ante un crecimiento sólido y sostenido del PIB y unas cifras de empleo nunca antes vista, el Presidente de la FED se remangaba la camisa para continuar con el trabajo que había iniciado su predecesora Janet Yellen: La subida escalonada y progresiva de los tipos de interés.
Los datos macro son a ojos de los economistas clásicos, la prueba del algodón: Después de 9 años de ciclo económico positivo en la principal economía del mundo, y a la par, cabeza tractora de la economía global, es inevitable que tarde o temprano la inflación asome. Además, es necesario recoger los estímulos monetarios del pasado (los famosos QE) recalibrando el balance del Banco Central, y por que no, volver a cargar munición de su principal arma, la política monetaria expansiva, no vaya a ser que una nueva crisis o ciclo económico adverso esté esperando a la vuelta de la esquina. El cuaderno de bitácora estaba claro, cuatro subidas en 2018 y otras tres en 2019. Tomamos un respiro, vemos como está la cosa, y si eso, seguimos con las subidas en 2020. Pero en el último trimestre de 2018 todo cambió. El mercado, que no obedece tanto a los datos macro ni se deja engatusar por ellos, dibujó una figura extraña y difícil de ver: una curva de tipos de interés USA invertida. “Aviso a navegantes Capitán Powell, si continúan con este rumbo nos vamos derechos a una recesión”. En diciembre, el discurso de la FED cambia y anticipa un cercano punto de equilibrio o neutral de los tipos de interés (aquel en el que la economía ni se perjudica ni se estimula) bastante alejado del 3% que marcaba la hoja de ruta, lo que reducirá o eliminará las subidas programadas para 2019. ¿Qué ha ocurrido?
Los tipos de interés los usa un Banco Central para alentar o calmar la economía. Bajar los tipos significa dar impulso y facilidades para que la financiación y la inversión corra, y subirlos, significa todo lo contrario, encarecer inversión y consumo para que no corran tanto y evitar que la demanda doblegue a la oferta y esta responda con subidas de precios que encadenadas, provocan la temida inflación. Algo falla en el manual de instrucciones porque después de 9 años de crecimiento económico y datos con un desempleo cercanos al 3,5%, la inflación no está. De hecho, algunos ni la esperan. Efectivamente, este magnífico y largo ciclo económico que comenzó en el año 2009, es uno de los más largos en la historia económica moderna. Pero también uno de los menos intensos. Y como curiosidad, coincide en el tiempo con la aparición de un nuevo sector, una nueva industria: La tecnológica.
Hombre y tecnología van de la mano de forma intrínseca. El desarrollo y evolución humana no se pueden entender sin tecnología y viceversa. Pero no ha sido hasta la segunda década de S.XXI en que su protagonismo e influencia en nuestros hábitos de consumo ha provocado que crecimiento económico continuado (y moderado) no provoque inflación. Hoy en día, el acceso a la información permite una mejora geométrica de la oferta de bienes y servicios. EL germen iniciado hace 30 años con la aparición de internet se traduce hoy en día con los fenómenos Google, Amazon, Netflix, por citar algunos, que además de provocar una revisión del statu quo de la teoría de la economía moderna (las mayores empresas del mundo son tecnológicas, no industriales) ha permitido que por primera vez y de forma general en una economía desarrollada, la oferta se pueda anticipar a la demanda, evitando el encarecimiento de los precios, y por ende, la inflación. Bienvenue, Big Data. Este hecho, unido a que vivimos en un mundo cada vez más global, facilita mayor profundidad de mercado con transacciones más perfectas y elimina algunas ineficiencias como la intermediación, indispensable en un pasado no muy lejano para acceder a determinados productos y servicios.
Pero no solamente la tecnología es consumo e información. Como un iceberg, solamente vemos una parte del todo. Poco a poco la tecnología se ramifica hacia el resto de sectores como el energético (cuánto costará un barril de petróleo dentro de 20 años?), sanitario y biotecnología, transporte, comunicaciones, alimentación, industria y un largo etcétera de posibilidades que nos invita a pensar que el crecimiento económico del futuro más inmediato vendrá de la mano de una tecnología cada vez más protagonista, que permitirá no solamente el desarrollo, si no una mayor eficiencia en el uso y disposición de los recursos, productividad del trabajo, optimización de los procesos, racionalización de la demanda y mejora competitiva de la oferta.
Esto es lo que están tratando de entender algunos economistas que revisan sus fórmulas y ecuaciones. Está ocurriendo en Estados Unidos como líder y referente mundial, pero tarde o temprano llegará a todo el mundo. Será interesante observar como las principales economías del planeta con sus propias idiosincrasias serán capaces de afrontar esta realidad. Recordemos que USA, la economía más fuerte y dinámica del planeta ha sido capaz de llevar los tipos de interés oficiales hasta el 2,25%….y ha tenido que parar. El crecimiento en Europa es mucho más endeble….y los tipos en la zona Euro son del 0%….(ups!). Pero también el papel de las economías emergentes: las posibilidades para algunas regiones del planeta so inmensas. Habrá que esperar a ver si son capaces de poder aprovecharlas.
Ésta es sin duda la hoja de ruta que marcará nuestro desarrollo para las próximas décadas. Pura coherencia de largo plazo. El corto plazo, sin duda, tiene muchos más elementos a discutir, guerras comerciales y riesgos geopolíticos de por medio, pero esa es otra historia que contar.