Escribía el pasado lunes en este blog sobre la baja rentabilidad de la deuda de los Estados en los países desarrollados. Unos días más tarde, Expansión nos recordaba a qué ínfimos niveles había llegado el coste medio de financiación del Reino de España. Ayer leía un artículo de Nuria Mas, profesora del IESE, titulado “¿Cómo pueden los costes de endeudamiento españoles ser tan bajos como los estadounidenses?” Vivimos en un mundo idílico en cuanto al coste de nuestra financiación. Visto todo ello, y al hilo de los recientes resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, veo conveniente hacer algunas reflexiones sobre cómo hemos llegado hasta aquí y qué puede suceder ahora.
De dónde venimos
En el verano del año 2012 el precio de la deuda española se hundía (su rentabilidad se disparaba) y los inversores extranjeros abandonaban nuestros bonos. La reestructuración de nuestro sistema financiero unida a algunas políticas de control de gasto, el impulso de nuestro tejido empresarial exportador y las hábiles maniobras de Mario Draghi, presidente del BCE, para salvar la Eurozona, han permitido ir saliendo de la peor crisis de nuestra economía en la época democrática y del Euro desde su nacimiento. Menos de dos años después, puede decirse que lo peor ha pasado.
Dónde hemos llegado
La compra de bonos soberanos españoles por inversores extranjeros se ha normalizado y en las subastas del Tesoro se alcanzan mínimos de rentabilidad en su serie histórica. El tipo de interés del bono de referencia español se ha desinflado más de un 4% en dos años escasos, logrando en ese movimiento ofrecer una rentabilidad superior al 20% entre revalorización de precio y pago de cupón.
Por qué estamos así
El hecho de que España se financie barato no es fruto de la casualidad. Además del resultado de las medidas ya mencionadas tomadas por nuestro Gobierno y por la Unión Europea, la bondad de la actual situación proviene del trabajo y sacrificio de los españoles, empresarios y trabajadores, para salir de la crisis. Aun con ello, muchos ciudadanos siguen todavía padeciendo una situación de desempleo de la que será muy difícil salir si no progresa la incipiente recuperación que ahora vivimos. Los menores costes de financiación, junto con la vuelta de la confianza en muchos sectores económicos, están sentando las bases para que la tímida recuperación se convierta en la inercia del crecimiento. Pero todavía, en este contexto, y hasta que el crédito bancario se recupere, cada décima de PIB de más es una hazaña hercúlea.
Realidad económica versus utopía política
En materia económica, no soy de los que se inclinan ex ante por un partido político específico. Tras el fracaso de los extremismos de uno y otro signo, marxismo y confiscación, por un lado, y ultra liberalismo a ultranza y desregulación absoluta por otro, creo que el pragmatismo y la funcionalidad de una economía de mercado que se mueve en un marco globalizado es lo que la realidad dicta a los gobernantes. El blanco y el negro no existen en economía, y adaptar la diversa tonalidad de grises al entorno es la tarea que debe llevar a cabo cada gobierno. Intentando, eso sí, evitar los bandazos que pueden sacarte fuera de la carretera y hundirte en el pozo de la corrupción. De ello, desgraciadamente, sabemos mucho los españoles.
Por todo lo anterior, me llama poderosamente la atención que algunos partidos políticos que han obtenido muchos votos en las recientes elecciones al Parlamento Europeo, aireen sin pudor lemas del tipo “impago de la deuda”, “renta básica para todos” o “jubilación a los 60”. No porque alguno de ellos no suene bien, sino por su falta de rigor ya que, si fueran viables, les aseguro que todos los partidos y países los aplicarían. La creación de falsas expectativas en la ciudadanía no es un buen ejercicio político. Tarde o temprano, la gente acaba dándose cuenta del engaño. El problema llega cuando eso pasa demasiado tarde.
A dónde podemos ir
No creo que los políticos que lanzan este tipo de mensajes y que ahora alardean de representar a muchos votantes se hubieran atrevido a plantear algo parecido si las elecciones hubieran tenido lugar hace un par de años, cuando estábamos al borde del precipicio. La obligada transformación que, debido a la crisis, han experimentado nuestra economía y la propia estructura de la Unión Europea que nos cobija, ha sido enorme y su proceso de adaptación (unión bancaria, fiscal, etc.) continúa. La acción del BCE ha permitido mantener el Euro y los niveles de deuda de países con graves problemas tanto en sus economías como en sus sistemas bancarios. Esta semana tendremos otra prueba de ese compromiso de continuidad e impulso de la Eurozona por parte de nuestro banco central.
Pero la efectividad de la política monetaria expansiva del BCE se diluye por el stock de deuda y para reducir éste necesitamos crecimiento. Mensajes económicos que supongan menor trabajo, no pagar las deudas contraídas y complacencia en lo logrado (todavía escaso), acaban creando desunión y desconfianza, por lo que no son precisamente el tipo de medidas que las economías europeas necesitan. Y menos la española, que bate el récord del desempleo. No sé si la tasa de paro bajará al 14% en cuatro años como predice César Alierta, pero de lo que sí estoy seguro es que si no dejamos pronto de lado estas soflamas demagógicas y pisamos el acelerador trabajando más y reduciendo deuda, volveremos a caer en recesión y leeremos un artículo titulado “¿Por qué los costes de endeudamiento españoles son tan altos como los congoleños?”.
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