Superado el embrollo británico, vamos a ver cómo arreglamos el nuestro. Un reciente análisis del banco UBS recomendaba no perder de vista a Cataluña, “Keep an eye on Catalonia” se titulaba, por las consecuencias que en los mercados financieros podría tener la continuación del “proceso”.
El “no” en Escocia es el triunfo de la gente
Lo es porque cada uno ha dicho libremente lo que quería y todos lo han aceptado. La visibilidad era para la independencia. Es lógico que quien desea un cambio busque impulsarlo y protagonice el ruido mediático e institucional. Aquél que aspira únicamente a continuar como está, tiende a quedarse en su casa o en su trabajo y no salir a la palestra a defender algo que ya es suyo, la pertenencia a un Estado en este caso, el británico, pues al final su voto será el que le ayude a salvaguardar el derecho a mantener su estatus nacional.
Eso es lo que en buena medida ha sucedido en el referéndum de Escocia. La exacerbada propaganda independentista había traído el miedo al “sí” a la independencia cuando lo que subyacía era una clara mayoría de partidarios de mantenerse dentro del Reino Unido (55,4% vs. 44,6%). Tras la derrota del independentismo, la dimisión del líder nacionalista Alex Salmond ha puesto de manifiesto el componente de coherencia de los políticos que tanto se echa de menos en España.
¿Tan distinta es Escocia de Cataluña?
Sin entrar en cuestiones históricas y legales, creo que la mayor diferencia entre catalanes y escoceses radica hoy en su clase política. Me parece inaudito que se haya llegado a este enfrentamiento entre gobiernos, Central y Autonómico, que no conduce sino al enconamiento del frentismo y a la degeneración de un debate cuyos términos económicos, de los que nadie dude están en la base de todas las disputas, deberían haberse resuelto ya hace tiempo.
De resultas de lo sucedido en Escocia, comienzan a escucharse en España opiniones bien fundadas que antes eran contrarias al referéndum catalán y que apoyan ahora una consulta en Cataluña. Vista la inutilidad de la acción institucional, conocer la intención de la gente podría permitir superar de una vez la espiral de desaires mutuos entre los políticos que está ocasionando el alejamiento, cuando no el enfrentamiento, entre las personas. Triste consecuencia ésta del bajo perfil que caracteriza a nuestra clase dirigente y que la tan cacareada regeneración política todavía no ha empezado a enmendar.
No sé si la solución está en el establecimiento de una “hoja de ruta” compartida por ambas administraciones que culmine en una consulta sobre el estatus de la región catalana o en una adaptación de la Constitución, pero de lo que sí estoy convencido es de que ésas y otras alternativas de acercamiento serán mejor que la escalada de tensión y la guerra de leyes y recursos que estamos viviendo. Al menos, será mejor para las personas; quizás no para los políticos a los que una actitud de hostilidad ayuda a legitimar sus actuaciones y les facilita el mantenimiento en el poder.
Los ciudadanos quieren estabilidad y los mercados también
Las consecuencias económicas de una secesión son siempre negativas para la mayoría… y positivas para unos pocos. Y más si lo que se impone es la unilateralidad de los separatistas, que es lo que parece puede suceder en el caso de Cataluña. Para evitar las críticas, sin duda bien fundadas, de algún lector de este blog, pondré un ejemplo numérico de una empresa cotizada que nos cuenta el citado análisis de UBS: la independencia de Cataluña le puede suponer a la concesionaria Abertis poner en riesgo una compensación del entorno de 2.000 millones de euros que el Gobierno debería pagar al final de la concesión de la autopista AP-7 si ésta revirtiese de nuevo a manos del Estado (la AP-7 supone el 40% de la valoración de Abertis).
Es sólo una muestra del deterioro que en todos los ámbitos traería la continuación del proceso de segregación de Cataluña del resto del territorio español. Grandes empresas, cotizadas o no, pymes y autónomos, verían cómo sus planes de negocio se descalabran ante los cambios de mercado, normativos y financieros que tendrían que afrontar. Llegaría la incertidumbre y, con ella, la inestabilidad. Los mercados financieros, antes de conocer las consecuencias finales de todo ello, se anticiparían con descensos en el precio de las acciones y de los bonos, y los inversores, sobre todo los extranjeros, huirían del riesgo buscando refugio en activos emitidos por emisores distintos a España, ya que de los de aquí no se fiarían.
Los políticos deben solucionarlo
¿Recuerdan el último episodio de desconfianza hacia España por parte de inversores extranjeros? Hace sólo poco más de dos años, España pedía ayuda para reflotar la banca, el Tesoro se veía obligado a pagar más de un 5% para poder vender sus Letras a un año y nuestras principales compañías cotizadas, con los bancos a la cabeza, se hundían en bolsa. No queremos que eso, ni nada que se le parezca, vuelva a suceder. Y menos por algo que podemos remediar nosotros mismos, sin Unión Europea ni FMI. Por todo lo expuesto, hago una petición: arréglenlo cuanto antes, señores políticos. Cobran por ello. La gente no va a salir a la calle a pedirles que hagan su trabajo. El “no” silencioso también quiere ser representado y eso sí que cotizaría al alza.