Las elecciones al Parlamento Europeo de esta misma semana me recuerdan que la deriva masoquista de Europa todavía no tiene límites conocidos. Apoyadas en un buenismo partidista, las políticas basadas en la denominada «sostenibilidad» se han convertido en la Unión Europea en un «todo vale» para lograr que Europa lidere los rankings de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero e inundarnos de grasa administrativa de todo tipo. Loable objetivo el de reducir la contaminación, sin duda, pero no a costa del progreso legítimo de nuestras empresas y de la calidad de vida de los ciudadanos. Les daré más detalles.
La Agenda 2030
La Asamblea General de la ONU redactó hace casi diez años la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Esta es, en teoría, un plan de acción a favor de las personas, el planeta y la prosperidad con 17 objetivos que buscan lograr metas más que meritorias: conseguir que en ese año la pobreza y el hambre en todo el mundo hayan sido erradicados, combatir las desigualdades dentro de los países y proteger los derechos humanos, promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas y garantizar una protección duradera del planeta y sus recursos naturales.
El documento fue firmado por la mayoría de países del planeta si bien algunos de los principales productores de petróleo, como Arabia Saudí e Irak, no quisieron hacerlo, y otros se han ido descolgando poco a poco de las guías de cumplimiento que se establecen en su texto, como Estados Unidos y, por supuesto, China. Por no hablar de la mayoría de regímenes comunistas e islamistas (Rusia, Irán, etc..) que nunca se han planteado realmente su cumplimiento. En cambio, en Europa, donde tuvimos un prometedor comienzo impulsando gradualmente medidas que beneficiaban a toda la sociedad, parece que ahora nos va la vida en ello, como explicaré a continuación.
Algunas pautas con fondo positivo que no se entienden o se aplican torticeramente
Sin entrar en el detalle de estos objetivos de desarrollo sostenible (ODS) que marca la Agenda 2030 y que, insisto, son en su mayoría un punto de partida más que encomiable para afrontar algunos de los retos de la humanidad, el citado acuerdo establece como dogmas incontestables:
– El intervencionismo de los Estados para regular cualquier parcela, por mínima que sea esta y discutible que sea el fin buscado, arrogándose así el poder de interpretar algunas materias que, desde el punto de vista científico, no son en absoluto pacificas. La creación de ministerios superfluos que dirigen la concesión de ayudas europeas en función de intereses con frecuencia espurios, es buena muestra de lo anterior y lo conocemos bien en nuestro entorno.
– Aumentar la proporción de energías renovables – eólica y fotovoltaica, se entiende -. Es decir, una transición energética que es de agradecer en un mundo todavía invadido en exceso por el petróleo. Sin embargo, olvida otras fuentes de energía, más fiables en cuanto al suministro que la eólica y la fotovoltaica, las cuales dependen de que haya suficiente viento y sol. Me refiero, por ejemplo, a la energía nuclear y al gas que la propia Comisión Europea declaró como “verdes” debido, en parte, a la presión de Francia y Alemania que sustentan sus industrias en las citadas fuentes energéticas.
– Para poner fin al hambre y duplicar la productividad agrícola se proponen medidas que acaban promoviendo justo lo contrario: menor producción y más cara al limitar el uso de determinados fertilizantes autorizados desde hace lustros en Europa y que fuera de nuestras fronteras son de uso común. Ello ha llevado a la gente del campo español a salir a la calle para luchar por su supervivencia. Por no hablar de los ganaderos y la demonización del ganado como emisor de metano, amén del intento de destierro del consumo de carne como base de una alimentación sana como muchas personas consideran. En resumen, buenas intenciones en origen pero mal encaminadas.
Consecuencias muy negativas para el tejido empresarial y para los ciudadanos europeos
En este marco, a nadie debería de sorprender que la patronal Business Europe, asociación a la que pertenece nuestra CEOE, en su BUSINESSEUROPE Reform Barometer 2024 alerte de una falta de empuje de los empresarios europeos ante sus competidores mundiales e insista en la obligación de la UE de hacer más por mejorar su competitividad. Se recuerda año a año por parte de esta organización que el atractivo de Europa como destino de inversiones lleva tiempo estancado y que estamos muy por detrás en incrementos de productividad respecto a Estados Unidos y Asia. A ello hay que añadir que en Inteligencia Artificial el retraso es todavía mayor y agudiza nuestra dependencia de los gigantes tecnológicos americanos y chinos.
Otros estudios como los de la propia Eurostat arrojan cifras en el mismo sentido: nos estamos quedando atrás en nuestra capacidad para desarrollar empresas líderes en el mundo. Analistas españoles de primera fila, como el Real Instituto Elcano, aludían en un informe de hace unos días a cómo la brecha de competitividad entre la UE y EEUU se agranda.
Un buen ejemplo de lo explicado lo tenemos en desarrollos esenciales en estos momentos como es el coche eléctrico: el exceso de burocracia y de normativas medioambientales están provocando que Europa se esté quedando atrás en la carrera de la competitividad y productividad frente a Estados Unidos y China, especialmente en cuanto a tecnología ligada a fabricación de baterías. ¿No podemos impulsar la transición energética sin poner en riesgo el liderazgo de algunos sectores europeos como el del automóvil que, además, encabeza la creación de empleo en Europa?
¿Hay esperanza?
Por muchas utopías que se activen en el cerebro del ser humano, creo que ha llegado el momento de dejar de lado la corrección política que enmascara intereses partidistas y fomentar con franqueza la generación de riqueza y el bienestar de los ciudadanos. Compatibilizar estos fines con la esencia de los ODS comentados más arriba tendría que ser perfectamente posible.
Veremos cómo se refleja todo esto en los resultados de las elecciones europeas que se celebrarán dentro de unos días. Les recomiendo que, antes de votar, echen un vistazo a los programas de los principales partidos políticos. Las diferencias son significativas y afectan tanto a empresas como a ciudadanos, sobre todo en las materias tratadas en esta columna.
Parece que, al menos por ahora, ni Trump ni Putin ni el enquistamiento de la guerra en Ucrania son los mayores riesgos que podrían acecharnos, el principal riesgo geopolítico somos nosotros mismos, los europeos. Asesórense bien y sean prudentes.