¿De dónde vienen nuestra opiniones? ¿Cómo se forman?
Tendemos a pensar que vienen de un análisis de hechos o de conceptos. Pensamos que el ser humano es un ser racional que procesa la información y llega a una conclusión razonable, lógica y ecuánime.
Y es así …. salvo que la conclusión no nos guste.
Existe un fenómeno llamado “sesgo de confirmación” (confirmation bias, en inglés) ya muy contrastado en multitud de experimentos y a lo largo de años de observación. Consiste en que las personas tendemos a interpretar la información de forma que confirme nuestras creencias previas.
Se ve por todas partes. Dos personas ven el mismo debate y, al día siguiente, uno dice “que mal ha estado Rajoy y qué bien Pedro Sanchez” mientras que el otro dice justo lo contrario. Lo curioso es que es fácil adivinar quien dijo qué, si conocemos a esas dos personas. Dos personas ven el mismo partido de fútbol. Para uno fue injustísima la derrota del Madrid, para el otro fue completamente merecida. No depende de lo que vieren, depende de lo que pensaban antes del partido: si eres o no madridista, si eres o no crítico con la forma de actual de jugar, con el entrenador, con la actitud de este o aquel jugador…
Este es uno de los rasgos más conocidos de la conducta humana y, sin embargo, parecemos incapaces de evitarlo. No importa: nos ayuda, tal vez, a ser más felices. Pero, cuando se trata de tomar decisiones de inversión, puede llevarnos por muy malos caminos. Evitemos negar la realidad de una situación que se deteriora y va a acabar en desastre; evitemos enamorarnos de una acción, una idea un fondo hasta el punto que somos incapaces de ver que “realmente, va muy mal”. Evitemos descartar lo que nos es antipático si en realidad es una inversión barata y con buenas perspectivas. No vamos a lograr ser realmente objetivos pero, al menos, seamos conscientes de que no los somos. Puede resultar muy rentable.