De barones, bonos emergentes, confederados y pinturas negras
Emile Erlanger, hijo de un banquero judío cristianizado por amor o pragmatismo y ennoblecido con el título de Barón, nace en 1832 en Francoforte del Meno, que parió a Goethe y es sede del BCE. Gran amigo de J.H. Schröder, fundador del banco y gestora de fondos Schroders, así como de Paul Julius Reuters, fundador de la agencia de noticias, con solo 27 años creó su propio banco de inversión, Emile Erlanger & Cie, en París. Es la época de los Baring y los Rothschild.
Según un banquero competidor, era un tipo peligroso. De inteligencia fulgurante, ambicioso, egoísta y falto de escrúpulos que ejercía gran influencia sobre mentes no tan despiertas. Inventó lo que hoy es un activo natural en casi cualquier cartera financiera: los bonos de alto rendimiento de países emergentes.
En 1862 coordinó una emisión de 60 millones de francos franceses para el gobierno de Egipto desde París, capital financiera mundial en la segunda mitad del XIX. Por aquel entonces, como ahora, el Estado Egipcio no gozaba de gran calificación crediticia. Los bonos no solo pagaban un cupón del 7% sino que fueron valorados con un descuento del 17% sobre la par, resultando un rendimiento medio del 8,5%. La emisión fue sobre suscrita. Se ha estimado que, deducidas comisiones, cargos varios y el descuento, las autoridades egipcias no recibieron más del 65% del nominal del bono.
Aun hubo una emisión más audaz, y controvertida, en nombre de la Confederación de Estados de Norteamérica, un año después de la egipcia. Los Estados del Sur ya estaban en guerra con los del Norte. Una guerra desproporcionada en todos los frentes a favor del norte: en número de hombres -22mm Vs 9mm, de los que 3,5mm eran esclavos- en industria -el 80% de la capacidad instalada estaba en el norte- y la marina de guerra, y por tanto el comercio con el resto del mundo, quedó en manos de la Unión.
El gran activo de los Sureños era la inmensa producción de algodón de las plantaciones. El ya Barón de Erlanger, tuvo una idea novedosa que le compró el Galante Sur. Hasta ahora, los bonos ordinarios estaban respaldados solo por la fe y el crédito, en sentido estricto, otorgado al país prestatario, pero él introdujo la opción de canjear el bono por una cantidad predeterminada de algodón. Incluso fue más allá. La ratio de conversión se fijó a 12 céntimos de libra esterlina cuando en el mercado de materias primas cotizaba a 48 céntimos. Además, los bonos pagaban un atractivo cupón del 7% anual.
Dicho de otro modo, un bono de 1.000 libras se convertiría en 80.500 balas de algodón con un valor de casi 4.000 libras. Si el precio del algodón continuaba subiendo, como así fue por el embargo del Norte, el valor de conversión del bono escalaba en proporción. Los inversores europeos acudieron masivamente a los bonos, incluyendo los futuros primeros ministros británicos, Gladstone y Lord Cecil.
Pero como en cualquier inversión demasiado buena para ser verdad, había un problema. El algodón, esto es, el colateral que garantizaba la inversión, estaba situado en territorio de la Confederación, bloqueada por la marina Unionista. El propio Erlanger, junto con Schröder, creó una compañía llamada European Trading Company. Tras ese nombre tan inocuo en esencia se dedicaban a sortear el embargo eficazmente, sustanciosa comisión mediante, transportando el algodón a Cuba y de ahí a Europa.
En las emisiones cobraba una comisión del 5% además de tener el derecho de comprar toda la emisión de los bonos al 77% del nominal revendiéndolas al 90%. Si la emisión inicial fue de 15MM$, siendo las peticiones de compra de 80MM$, podríamos calcular que aproximadamente una quinta parte del dinero de los inversores sería desviado por el sindicato creado por Erlanger como intermediarios. Como es natural, aumentó de manera considerable su fortuna.
Después de la guerra, Erlanger continuó prosperando, financiando la reconstrucción del Sur, creando más emisiones para Túnez, Suecia, Japón, Costa Rica (esta acabó en impago), invirtiendo en ferrocarriles en Estados Unidos y Rusia, túneles en Europa y comunicaciones telegráficas transoceánicas. Pagó el primer cable que uniría la Europa continental con EE. UU., siendo el mensaje inaugural el que mandó su mujer Mathilde -bella sureña hija del embajador de los Estados Confederados ante Napoleón III-; algunos años después del famoso mensaje que mandó la Reina Victoria desde las Islas Británicas a Nueva York que tan apasionadamente describió Stefan Zweig.
La historia de los hombres se repite una y otra vez. Erlanger, tras forjar uno de los mayores patrimonios de su época, también se convirtió en un importante mecenas. No sabemos si por amor a las artes y a la especie humana, para sofisticarse o por problemas de conciencia. El caso es que lo fue. Promovió el estreno de la estremecedora Tannhäuser en París, donó los soberbios tapices del XVII representando alegóricamente al Duque de Alba que hoy están en el palacio de Hampton Court, fundó un hospital que todavía lleva el nombre de su mujer en Chattanooga y, por encima de todo, compró la quinta del Sordo.
Gracias a él, 14 de los 15 frescos originales que adornaban la casa de los Carabancheles, donde Goya vivía discretamente amancebado con Leocadia Zorrilla, y a corta distancia del odioso Rey Felón, fueron rescatados por Salvador Martínez Cubells en 1874 trasladándolas a lienzo. Adornaron un tiempo su palacio parisino y fueron presentadas al mundo en la Exposición Universal de París de 1878.
En 1881, Duelo a garrotazos, el Aquelarre, Saturno devorando a sus hijos, Perro semihundido y las restantes, fueron donadas al Reino de España, que las adjudicó al Museo Nacional de Pintura y Escultura. El Museo del Prado. Adquirir y restaurar; conservar y donar. Poder admirar la revolución pictórica que dio paso a la modernidad y fue precursora del expresionismo se lo debemos a Goya, a la sinrazón y a los bonos emergentes de alto rendimiento de este generoso y preclaro Barón.