Alos inversores les gusta ganar dinero con todo lo que tienen, sean bonos, acciones u otros tipos de activos financieros. En lo que llevamos de 2024, una de las peores inversiones en cuanto a rendimiento ha sido la que menos se pensaba a comienzos de año: los bonos soberanos o deuda pública. Se esperaba mucho de este tipo de activo después de un brillante comportamiento a final de 2023 debido, sobre todo, a una exagerada expectativa sobre las bajadas de tipos de los bancos centrales por parte de analistas y del mercado en general. Pues bien, no ha sido así, pero las cosas pueden empezar a cambiar.
El BCE baja tipos e inaugura su ciclo bajista
Todo llega. Por primera vez desde su creación, el Banco Central Europeo (BCE) mueve ficha antes que la Reserva Federal (FED) estadounidense y ha bajado los tres tipos de interés que determina en un 0,25%: el tipo principal de refinanciación queda en 4,25%, la tasa de depósito se reduce hasta el 3,75% (lo que reciben los bancos por depositar su dinero – de sus clientes realmente – en la institución) y la facilidad marginal de crédito (la ventanilla de emergencia) queda en el 4,5%.
Dentro del G7, el Banco de Canadá se adelantó en implementar el primer recorte de tipos de interés, del 5% al 4,75%, desde que comenzara el ciclo de alzas de tipos en todos los países desarrollados desbordados por la desbocada inflación que hemos padecido durante los últimos dos años.
¿Será el siguiente el Banco de Inglaterra? Probablemente. A la Fed se le espera para septiembre próximo, no antes. Estamos en consecuencia ante un ciclo bajista de los tipos de interés de los principales bancos centrales que para finales de 2025 debería llevar las tasas entre 150 y 200 puntos básicos por debajo de sus máximos alcanzados en 2023. Buena cosa para los deudores, para el consumo y para la economía en general. Y también, no olvidemos, para los bonos, especialmente para los soberanos que citaba al comienzo de esta columna.
Pero no todo va a ser tan fácil
La inflación no está totalmente controlada, al menos al nivel deseado por el BCE y por la FED (2% de manera estable). Aunque, la verdad, no estamos muy lejos de ello y la realidad es que la tendencia, por muchas tachas que se quieran buscar, es a la baja. Sin embargo, Lagarde, presidenta del BCE, quiso ser muy prudente y no comprometerse de antemano con futuros recortes manteniendo la habitual postura dependiente de los datos.
De ahí que no podamos aseverar con contundencia ni que el BCE vaya a continuar rápidamente en la senda de bajadas de sus tipos oficiales ni que el comportamiento de la renta fija soberana se sitúe en territorio positivo en el corto plazo. En los cinco primeros meses de 2024 las principales referencias de este tipo de activo se mueven entre el -0,2% de los bonos públicos italianos y el -4,1% de los ingleses, pasando por el -1,9% de los estadounidenses, dejando el índice global de este tipo de activo en -4,3% (fuente: Market Insights de J.P. Morgan Asset Management). En todo caso, al no producirse una reanudación de las tensiones inflacionistas, los precios han empezado a recuperar en mayo pasado, si bien aún les queda recorrido para volver a los niveles de comienzo de año y empezar a reflejar rentabilidad positiva, como así espero.
Construir ahora una cartera equilibrada
Creo que podremos beneficiarnos de un comportamiento favorable de los bonos – más soberanos que privados – durante los próximos trimestres en los que es probable que las Bolsas tiendan a estabilizarse o a moverse en rango. Estamos por ello ante un buen momento para intentar capturar la rentabilidad de la renta fija, apoyándonos en la tendencia a la baja de los tipos reales y en una inflación tendente a normalizarse y acercarse al objetivo de los bancos centrales.
Si nos asomáramos a una recesión, el rally de la deuda pública sería de órdago.
Sin olvidar, por supuesto, que las curvas de tipos continúan invertidas (tipos más altos a corto que a largo) y, sobre todo para los más prudentes que prefieren asegurarse la evolución positiva del corto plazo, las Letras del Tesoro todavía son una oportunidad de obtención de rentabilidad favorable sin riesgo. Y tampoco ignoremos que unos tipos excesivamente elevados para el nivel de endeudamiento de la economía y, especialmente, de los Estados, continúan haciendo mella, cada vez más profundamente, en la actividad y pondrían en riesgo el crecimiento del que ahora gozamos. En un caso extremo, si nos asomáramos a una recesión, el rally de la deuda pública sería de órdago.
Para aprovechar los impulsos de los mercados de acciones cuando estos se produzcan es evidente que hay que continuar invertido, pero, con un S&P 500 y un Eurostoxx 50 en máximos históricos, es obligado mantener la atención en lo que sucede con Nvidia y su capacidad de seguir empujando al mercado, así como con todo el sector de semiconductores que viene de tener la pasada semana su segundo mejor día en el año (+4,8%). La tecnología vuelve a liderar y las valoraciones de muchas compañías podrían convertirse en insostenibles a poco que sus resultados se desvíen de las previsiones.
Por todo ello, en estos momentos una cartera equilibrada entre renta variable y renta fija muestra una satisfactoria expectativa de rentabilidad ajustada al riesgo siempre que la selección dentro de cada tipo/categoría de activo sea la adecuada. Ya se sabe que, históricamente, las acciones tienden a generar más rentabilidad a largo plazo y los bonos a reducir la consabida volatilidad de estas.
El ajuste final y la verdadera esencia
En el entorno descrito (bonos con capacidad de resistir y aportar rentabilidad y Bolsas a niveles más exigentes), para gestionar los riesgos de la cartera de forma eficiente debemos aprovechar la descorrelación entre las distintas clases de activos, ya que puede proporcionarnos coberturas gratuitas.
Nunca olvidemos que cada inversor muestra un perfil de riesgo diferente y la liquidez y peso de activos de bajo riesgo en su cartera deben modularse en función de ello. Así, si nuestras principales convicciones se revelan acertadas, generarán suficiente rentabilidad como para impulsar el rendimiento de la cartera global y, en caso contrario, la posición en activos conservadores ligados a renta fija limitará los daños y reducirá la volatilidad. En términos técnicos, este enfoque aporta opcionalidad convexa a nuestra cartera, creando una asimetría de riesgos favorable. Así, coloquialmente, conseguimos, con la debida visión de plazo, los dos bienes más preciados para cualquier inversor: estabilidad del patrimonio y previsibilidad en la rentabilidad.
Me parece muy oportuno acabar esta columna recordando la figura de Stuart E. Lucas, asesor financiero, comunicador, docente en la Universidad de Chicago y presidente de la puntera empresa de asesoramiento americana Wealth Strategist Partners, quien es autor del libro «Riqueza: increméntala, protégela, gástala y compártela» que, a mi juicio, es un libro de referencia en gestión patrimonial fundada en la inversión ética y socialmente responsable. En él presenta una forma distinta de entender la práctica de la gestión del patrimonio privado a través de la cohesión familiar multigeneracional, la práctica del uso responsable de la riqueza y la transparencia en la gestión, y recuerda que hay que evitar que «el lenguaje de la industria de gestión de riqueza patrimonial sea a menudo misterioso e intimidante.» Eso he intentado. Asesórense bien y sean prudentes.