La pasada semana la empresa Puig dejó de ser puramente familiar y se convirtió en una empresa cotizada en el mercado bursátil español. Sabia decisión, estimo, por parte de los gestores del grupo catalán, el dar el salto al Mercado de Valores. Las ventajas de cotizar en una Bolsa son numerosas y entre otras mencionaré: facilidades para financiar el crecimiento, impulso de la imagen de marca, proporcionar liquidez a los accionistas, mayor profesionalización y exigencia en la gestión (lo que hoy llamamos gobernanza), más transparencia contable, etc. Las cito porque parece que muchos grandes empresarios las desconocen o prefieren ignorarlas vista la escasez de salidas a Bolsa en nuestro parqué. Llevábamos más de diez años sin ver una empresa de tamaño relevante comenzar a cotizar en nuestra Bolsa.
La economía real y la financiera son muy distintas
La Bolsa española representa muy pobremente nuestra economía pues existe una gran distancia entre la economía real y la financiera. La mejor prueba de ello es que las dos mayores empresas de distribución de bienes de consumo generalista en España (los denominados en Estados Unidos consumer staples, sector fundamental en su economía y en sus mercados de acciones) ni cotizan ni se les espera. Me refiero, claro, a El Corte Inglés y a Mercadona.
Es cierto que España es un país de pymes y así seguirá, pero también es verdad que las dificultades administrativas y la falta de innovación tecnológica de alto nivel han sido históricamente factores que han influido, para mal, en nuestro atomizado tejido empresarial. Por no hablar de la creciente cultura de las subvenciones cuya penetración social nunca había llegado a las cotas alcanzadas hoy en día. Para nuestro Gobierno, qué duda cabe, parece que los votos importan más que el emprendimiento.
La aventura de Puig
No conocía la compañía catalana más allá de sus perfumes de marca propia. Su salida a Bolsa y los favorables comentarios de unos clientes, amigos y empresarios del mismo sector que podemos denominar como «belleza premium», me han llevado a leer numerosas reseñas y artículos sobre el grupo Puig. Conforme profundizaba en la historia, presente y previsible futuro de la compañía, más crecía mi admiración hacia la familia fundadora del grupo y sus descendientes quienes son actualmente los gestores de la empresa.
Después de más de 100 años de historia, generación tras generación, su capacidad de lucha, sacrificio y emprendimiento les ha permitido entrar en sectores super competitivos como son la moda y la perfumería. Lo anterior se glosa e ilustra en la fábula que su presidente ejecutivo Marc Puig contó, dentro de su discurso, en español por cierto, previo al toque de campana en la sala institucional de la Bolsa de Barcelona. Tomándola prestada de su hija Pilar, como indicó, contó que había una vez un concurso de aves para ver cuál volaba más alto: el águila imperial alzó el vuelo y voló más alto que ninguna, pero un jilguero salió de su ala, donde estaba escondido, y ganó. Eso es lo que ha hecho la multinacional española: de una pequeña empresa que comenzó con una perfumería barcelonesa se ha coronado competiendo con gigantes como Chanel, L’Oreal o Louis Vuitton entre otros.
Hay muchos empresarios luchadores españoles con deseos de hacer más grandes a sus empresas, expandirse y crear empleo y, con ello, riqueza y crecimiento para nuestra economía. Creo que en los Puig, que saliendo de la nada han construido un imperio, tienen todos, pequeños y grandes empresarios, una provechosa referencia. Estamos ante un modelo de la cultura del esfuerzo que tanta falta hace en estos momentos en la España de las subvenciones y del intervencionismo estatal en que vivimos. «Si hemos volado tan alto es porque nos hemos apoyado en los hombros de gigantes», explicó en el debut bursátil un emocionado Marc Puig. Gigantes que dan luz a la historia de España, añado yo. Trabajemos para que nadie consiga apagarla.
Asesórense bien y sean prudentes.