Quedan pocas semanas para que finalice el odiado año 2020 y, antes de entrar en previsiones para el nuevo ejercicio, creo que es obligado recapitular sobre los tres sucesos del mundo de la inversión que considero más llamativos en este período y que nos ofrecen lecciones sobre hacia dónde mirar para seguir invirtiendo en este complejo y tecnológico entorno globalizado.
La confirmación de China como foco para la inversión
El hecho de que el ritmo de la economía china recupere el nivel pre-Covid en el actual 2020 deja poco espacio a la duda sobre cuál va a ser el principal foco de crecimiento de la economía global durante los próximos años. No es que antes tuviera desconfianza sobre la capacidad de China y de Asia en general para sobreponerse a la crisis sanitaria, pero los datos siempre deben confirmar las expectativas y así lo están haciendo. Lo anterior se debe a la capacidad de adaptación o resiliencia de las economías asiáticas para superar los riesgos creados por la pandemia, hasta el punto que China va a ser probablemente el único mercado de Renta Variable del mundo con crecimiento de los beneficios empresariales en el conjunto del ejercicio.
Buena parte de las cotizadas chinas y muchas otras empresas asiáticas están expuestas a algunas de las tendencias clave a largo plazo – como la urbanización, la atención sanitaria o la transformación digital – de las que trato aquí con frecuencia. Como escribía en este blog hace unas semanas, tanto acciones como bonos asiáticos con China a la cabeza son en estos momentos el nicho de rentabilidad más evidente que tienen los inversores y que además incrementa la diversificación y ayuda a reducir la volatilidad de la cartera, ya que muchas de las mayores oportunidades de inversión de la próxima década de transformación se materializarán, previsiblemente, en Asia.
El fenómeno de la ESG (*), entre la verdad necesaria y el humo del marketing
La tendencia a invertir de manera sostenible potenciando la mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo es mucho más que una moda. Dejando aparte debates sobre lo políticamente correcto y el aprovechamiento partidista de la cuestión ecológica, la realidad es concluyente: la inversión en empresas que cuentan con una gestión que atiende a criterios de responsabilidad social y sostenibilidad acostumbra a obtener mayor rentabilidad que aquélla que no tiene en cuenta estas variables.
Igual que sucede con la inversión en bonos triple A o de determinada calidad crediticia mínima favorable que es obligada para muchos inversores institucionales (lo que explica en parte por qué se adquieren bonos que ofrecen rentabilidad negativa en el momento de su compra), la inversión en activos, bonos y acciones, que cuentan con el “sello ESG” se ha convertido en algo normativamente ineludible para muchos grandes inversores (aseguradoras, por ejemplo), así como en ansiada aspiración para todo inversor con mínima sensibilidad hacia la inevitable y necesaria transición energética.
Una buena elección de vehículos de inversión que sigan el criterio ESG en la selección de los activos de su cartera y dejen de lado el cada vez más frecuente «ecoblanqueo» o greenwashing, se ha convertido en movimiento indispensable y nuclear en cualquier cartera de inversión ya que lo “verde” y lo sostenible van a ser las variables que más rentabilidad y crecimiento generen en el futuro. Y, más allá de tendencias y contribución a la calidad de nuestro entorno, tampoco olvidemos que si muchos compran lo mismo, su precio inexorablemente tiende a subir.
La Renta Fija siempre debe estar
Por si algo faltaba para generalizar los tipos de interés a cero/negativos, la llegada del virus Covid-19 ha obligado a todos los bancos centrales de los países desarrollados a llevar sus tasas de interés de intervención a cero y, mediante compra de bonos en mercado abierto, a situar las curvas de tipos de interés en sus distintos plazos a niveles ultra bajos. De ahí que muchos que pensaban que la Renta Fija ya no podía ofrecer rentabilidad han tenido que transigir con el axioma de que la presencia de los bonos es necesaria en cualquier cartera diversificada que quiera dotarse de capacidad para afrontar momentos difíciles (los bonos soberanos de calidad han actuado de refugio en los peores momentos de la crisis sanitaria). Los escépticos con los bonos también han tenido que aceptar que, partiendo de un buen timing de entrada, la Renta Fija puede convertirse en óptima fuente de rentabilidad.
No obstante, después de los movimientos de ida y vuelta en tipos y diferenciales de crédito sucedidos a lo largo de 2020, nos encontramos en un momento de enorme dificultad para encontrar rentabilidad en activos de Renta Fija. Así las cosas y aparte de seguir contando con inversiones defensivas como los treasuries de más largo plazo en USD y los bonos ligados a inflación, creo que el entorno actual sólo nos permite encontrar fuentes de rentabilidad con niveles de riesgo coherentes con ella en tres subtipos de activo dentro de la Renta Fija:
- Los ya citados más arriba bonos asiáticos.
- Los bonos emitidos por entidades financieras especialmente los de carácter híbrido.
- Y, dejando aparte Asia, aquellos bonos emitidos, tanto en divisa local como en divisa fuerte, en algunas zonas emergentes cuya solvencia, apoyada en su escaso endeudamiento y en el progreso de su PIB, facilita su capacidad de repago.
Aunque esto último será objeto de las próximas entradas en este blog que versarán sobre cómo invertir en el 2021 que nos espera y que ya mismo nos desafía.
Asesórense bien y sean prudentes.
(*) ESG es el acrónimo en inglés de Environmental, Social and Governance – medio ambiente, social y buen gobierno en español – que se utiliza para definir las mejores prácticas ambientales, sociales y de gobierno de una empresa) .